sábado, 29 de febrero de 2020

La familia que uno elige

Familias hay de muchos tipos, podría enumerarlas todas pero hoy no viene al caso. Hoy, para mí, hay dos tipos solamente: la que te toca y la que elegimos.
A lo largo de nuestra vida, de este maravilloso viaje que es la vida, conoceremos a multitud de personas. Me gusta mucho una metáfora al respecto. Se refiere a la vida como un tren de pasajeros. Tu vas sentado en tu asiento, en tu vagón, el que te ha tocado y no tienes más remedio que aceptar porque están numerados. No tienes otra opción y además el tren está lleno. Eso pasa cuando eres pequeño.  Pero va pasando el tiempo y si algo te incomoda puedes cambiar de asiento, incluso de vagón.  En algunos casos también podemos cambiar de tren
En cada parada van subiendo y bajando personas. A veces queda un asiento vacío a tu lado y es nuevamente ocupado.  Con algunas de esas personas hablas, las quieres conocer porque algo de ellas llama tu atención. Algunas bajan en la siguiente parada y ni siquiera te da tiempo a cruzar la mirada. Con algunas te encantaría charlar y charlar y a otras, en cambio, ni siquiera las saludarías debido a las malas vibraciones que te producen. A veces alguien quiere estar a nuestro lado y otras veces somos nosotros los que  querríamos que esa persona nos acompañara durante todo el trayecto y por suerte, a veces lo conseguimos. Siempre deseamos hacer el viaje lo más largo posible, pero eso es algo que no está en nuestras manos. Cuando "sacamos" nuestro billete, no sabemos qué destino nos depara. Es genial.
Pues toda esa gente que sube a nuestro vagón y dejamos que ocupen el asiento de al lado son esa familia que uno elige, los amigos.
Amigos podemos tener muchísimos a lo largo de nuestra vida. En la infancia se forjan amistades que trasciende  el paso del tiempo. Aunque no os volváis a ver en 30 años, volvéis a coincidir y sigue siendo igual. En la universidad ocurre algo similar, es otra gran etapa de nuestra vida en la que surgen nuevas  amistades.
También es posible que algún familiar cree un vínculo más allá, como un primo, un cuñado.
Si perteneces a alguna asociación o practicas algún deporte, pues tres cuartos de lo mismo. Cualquier lugar es susceptible de desencadenar una amistad.
Y no digamos los amigos de mis amigos...como decía esa canción ochentera. También están los amigos que aportan tus parejas
En definitiva, hay muchos tipos de amistad. A veces nos cuesta darnos cuenta de quién es realmente nuestro amigo, pero eso es algo que sólo el tiempo es capaz de enseñarnos. Pero cuando lo descubrimos es maravilloso. Y no te digo cuando dentro del colectivo amigos encontremos a los grandes amigos. Eso es lo más. Muchas veces coincide que además de grandes amigos son grandes personas, aunque creo que esto va relacionado.
Además eso de la amistad, como el amor, no tiene edad.
Y de eso va hoy esto. Grandes amigos, grandes personas con las que te gusta hablar, compartir chascarrillos;  que se alegran de todo lo bueno que te pasa y viceversa y se enfadan cuando algo no te va bien y viceversa.
Por suerte estamos rodeados de  muy buenos amigos y es un placer además, compartir mesa y viandas con ellos. Con algunos compartimos más a menudo y con otros, aún estando más cerca, nos vemos menos...cosas de la vida que nos tiene bien ocupados.
Hoy hemos quedado a comer con unos grandes amigos ( por desgracia no todos han podido asistir por esos motivos de las vida que tiende a colapsar nuestra agenda y hacernos coincidir diferentes acontecimientos en el mismo día), pero aún así lo disfrutamos enormemente.




Desde hace algunos años nos venimos juntando un par de veces al año, alrededor de una mesa: una en invierno y otra en verano. Tras las Navidades y con la excusa de   celebrar la festividad de San Antón (este año se nos ha alargado la cosa), nuestro anfitrión nos hace precisamente ese plato: una sanantonada zamorana. El plato consiste en una olla de alubias blancas con matanza de cerdo. Todo amor.











Además, el resto  aportamos alguna que otra vianda para aperitivos y postre.
Este año he preparado un pan ( la chapata de la foto) y algo de postre en su honor. Espero estar a la altura ya que me he metido en un buen berenjenal.
¿A quién se le ocurre preparar un dulce típico de la tierra de otro, sin conocer el original?...pues a una insensata como a mí, que me gusta el riesgo.

Aunque la comida es más propia de principio de año, este dulce es típico de la Semana Santa, y como estamos en Cuaresma, creo que no va a estar muy fuera de lugar.

¡Allá vamos!

Aceitadas zamoranas

Ingredientes:

- 190 gr de azúcar
- 200 ml de aceite de oliva ( yo he usado AOVE)
- 65 ml de anís seco
- 1 huevo campero
- 2 ctas (8 gr) de levadura Royal
- 400 gr de harina tradicional zamorana, si es posible.  Si no, no os preocupéis, la de todo uso está bien.



Lo más importante siempre es que los ingredientes sean de la mejor calidad. Esto es la garantía de un resultado magnífico.



Elaboración:

Ponemos todos los ingredientes en  un bol, excepto la harina:
El azúcar,

 el aceite,
 el anís,
 el huevo,

 y mezclamos bien hasta que todos los ingredientes estén bien integrados.





Agregamos la harina y la levadura tamizadas y continuamos mezclando. Aquí la masa ya se vuelve compacta y debemos mezclar hasta que desaparezca por completo la harina.





Cubrimos con un paño y dejamos reposar durante 30 minutos aproximadamente.


Encendemos el horno con calor arriba y abajo a 200°C.

Destapamos y amasamos un poco a mano para mezclar bien los ingredientes que se han decantado debido al reposo.


Ponemos un papel vegetal sobre una bandeja de horno y hacemos unas bolitas del tamaño de una pelota de golf.



Hacemos una cruz sobre las pastas. Esto es algo muy característico de las mismas.



Pincelamos con huevo batido.



Y horneamos durante 30 minutos aproximadamente. Es necesario hacer una prueba. Sacad uno del horno y partidlo por la mitad. Si veis que el centro está tierno, cubrid con un papel de aluminio para que no se quemen y coced unos minutos más. Es muy importante que se cuezan bien, pero
deben quedar doraditos, no churruscados.

Una vez hechos los sacamos y dejamos enfriar sobre una rejilla. 



Son un bocado delicioso, típico de la Semana Santa zamorana. Nunca he tenido el placer de ir a Zamora, pero es un viaje que anoto en los pendientes a corto plazo. Sin duda es tierra de buena gente y muy buenas viandas, a las pruebas me remito. No será la única receta que haga de estos lares, así que os emplazó hasta el próximo dulce.

Bon profit!!!!!

domingo, 23 de febrero de 2020

Lo tradicional mola

Esta es una de las grandes lecciones de vida que uno aprende con los años.
En la infancia uno se emociona ante muchas cosas: hacer rebotar una piedra, por primera vez, en la orilla de la playa es comparable a la sensación que tuvo el descubridor del fuego. El sabor de las cosas.  Nos encanta sentirnos cobijados por nuestros padres.
Cuando somos niños adoramos las mil aventuras en las que nos embarcamos con nuestros primos; tenemos el super poder  de hacer que los abuelos hagan cosas que ni ellos mismos hubieran imaginado hacer con sus hijos (nuestros padres). Ya no queremos probar nada más y los sabores que conocemos son suficientes.
Cuando uno  entra en la adolescencia todo es catastrófico. Si no nos llama nuestro mejor amigo a las cinco y cuarto (te acabas de despedir de él, en la puerta del colegio, hace diez minutos) puede ser la mayor tragedia jamás escrita por el mejor novelista. Nos  avergüenza multitud de cosas: que nos vean dando un beso a nuestros padres, ver a nuestros padres bailar en público, bailar nosotros en  público y más cosillas. Todo te parece antiguo y ridículo. No te gusta nada la ropa que elige tu madre porque parece la misma que ella hubiera llevado en su época, hace mil millones de años. Cuando intentan enseñarte algo, TU ya lo sabes, de hecho lo sabes TODO, no es que no te sorprenda nada, sino que no le das la más mínima importancia a nada, porque realmente lo que más importa eres TU y tu ego. La comida deja de gustarte. Ya no te encanta ese plato especial que hacía tu madre y le pedías siempre. 
Cuando somos jóvenes vivimos la vida loca, nos dejamos llevar por la marea y si tienes dos dedos de frente y recuerdas las enseñanzas de tus padres, abuelos, etc,  puedes llegar a ser una buena persona  y que te vaya bien en la vida. Siempre vas a la última. Llevas lo último en tecnología, las marcas más molonas, te compras el coche que lleva más "extras" que ningún otro del mercado, hasta ziritione (si pillas esto, eres de mi generación). Aquí no comes, directamente, por no engordar.   Puedes dar más vueltas que un derviche y al final  encontrar tu centro de gravedad permanente y así llegas a la madurez...ah.
Aquí es realmente cuando empieza la gran aventura de la vida. Todo lo anterior ha sido el prólogo. Descubres que la etapa de aprendizaje de la vida no acabó en la adolescencia ( como pensaba aquel ególatra), sino que durante toda nuestra vida aprendemos. Redescubres ese placer de hacer rebotar una piedra en la orilla de la playa (y experimentas la misma sensación de esa primera vez), esa llamada que esperabas ansioso a la salida del colegio, ahora parece  imposible de hacer porque nunca tienes tiempo, y lo echas de menos. Miras atrás con nostalgia y haces balance de lo bueno y malo, de lo que has vivido y lo que te has perdido y entonces, solo entonces, es cuando quieres recuperar "eso" que no hiciste: bailar en público con tus padres.
Cuando eres joven (no quiero decir que haya dejado de serlo) normalmente no aprecias muchas cosas de tus padres y abuelos porque te parecen que son de otra época y no van contigo, con tu generación. Realmente eres consciente de tu madurez cuando quitas las barreras. Esas barreras que tu mismo has puesto sin ayuda de nadie, y que estaban ahí porque pensabas que te hacían más especial y solo han servido para descubrirte a ti mismo. Los muros que construimos para diferenciarnos de nuestros padres, las rompemos a martillazos cuando nos damos cuenta que queremos ser como ellos ( en lo esencial, en lo importante) y dejamos de ver esa linea imaginaria que separa las generaciones y empezamos a apreciar eso que trasciende el paso del tiempo, ya que somos nosotros mismos ese hilo conductor.
La madurez llega cuando abres el armario de tu madre y todo lo que antes te horrorizaba, ahora lo ves tan bien...incluso te lo podrías poner ahora sin problema; cuando coges un ganchillo y quieres aprender, cuando pruebas una cucharada de esa "olleta" que primero te encantaba, luego la odiabas, luego ni la probabas y ahora la quieres aprender a hacer; cuando ves en un mismo escaparate una delicada esferificación de soufflé de tres texturas de chocolate sobre un coulís de frutos silvestres y tocado por caviar de gelé de lavanda y láminas de pan de oro y al lado una simple almojábena y ni lo piensas: escoges la almojábena.
Hay una línea imaginaria entre el futuro (nuevas técnicas, nueva mezcla de sabores, nuevas elaboraciones) y el pasado  (lo tradicional, sabores limpios, ingredientes básicos) y yo no seré quien la rompa. Me encanta hacer cosas nuevas y compartirlas con los míos, pero con lo que realmente disfruto y aprecio más que nada, es recuperar eso que en muchas casas se está perdiendo y es el gusto por lo tradicional.
No dejemos que se rompa esa línea y para ello os traigo estas ricas y sencillas almojábenas o almojábanas.


ALMOJÁBENAS DE LA VEGA BAJA DEL SEGURA
(para  12  unidades)

Ingredientes:

- 475 ml de agua
- 125 ml de aceite de oliva suave
- 300 gr de harina
- 6 huevos L
- 1 cta de sal
- 300 gr de miel
- dos cdas de agua

Elaboración:

Ponemos una cazuela al fuego con el agua y el aceite hasta que rompa a hervir.



Añadimos de golpe la harina  y la sal y removemos bien hasta integrarla, con mucho cuidado que no se pegue.






Retiramos del fuego y dejamos enfriar.

Precalentamos el horno a 200ºC.



Añadimos los huevos de uno en uno, añadiendo el siguiente cuando el anterior esté bien integrado.





Ponemos un papel de hornear sobre la bandeja de horno y disponemos nuestras almojábenas sobre ella.

Hay varias técnicas de formado: se puede usar una manga pastelera con una boquilla rizada y hacer un círculo de unos 8 cm de diámetro (me gustan pequeñitas), o lo puedes hacer a mano. Para ello es recomendable prepararse un cuenco con agua. Te humedeces un poco las manos, coges una porción  de masa del tamaño de una pelota de golf y la depositas sobre la bandeja. Con los dedos humedecidos haces el orificio central.
Así las vamos formando todas, dejando una separación entre ellas para que cuando crezcan durante en el horneado no se peguen.









Las horneamos durante 30 minutos, pero depende de vuestro horno. No deben pasarse mucho, si no se endurecen demasiado y deben quedar esponjosas.  Hice dos bandejas: unas pequeñas y otras grandes y quedaron mejor las grandes.

Mientras se hornean preparamos el almíbar. Para ello ponemos la miel y el agua en un cazo, al mínimo, hasta que se diluya.




Una vez cocidas las dejamos enfriar sobre una rejilla.





Ya frías o templadas,  las sumergimos en el almíbar tibio.  Si sois tan golosos como yo, que sea un buen chapuzón en almíbar para que se impregnen bien y queden jugositas, si no, pues las podéis pincelar un poquito por encima. Es al gusto.





Y ya está.

Están muy ricas y son bastante ligeras, bueno, dependiendo de los litros de almíbar que les hayáis puesto.

Son ideales después de haber disfrutado de una rica comida o cena con los tuyos. Con tu gente, todo está mucho mejor.

Hasta el próximo dulce y...

Bon profit!




domingo, 9 de febrero de 2020

¿Quién dijo miedo?

Hay muchas cosas que me dan miedito: las pelis de terror, nadar, volar,  entre otras. Lo de las pelis de terror, pues depende de la peli. A veces me voy repitiendo a mí misma, sin parar, que sólo es una peli, y consigo ver algo; lo de nadar es por un percance que tuve, ya adulta, y ahora me agobio un poco cuando salgo de mi zona de confort. Lo de volar... Se conjugan varias cosas. Era el miedo a lo desconocido y a lo inculcado por una familia sobreprotectora ante cualquier mínima posibilidad de catástrofe. Esto lo estoy superando sobre la marcha: si no vuelo, no voy ni veo lo que quiero. Me voy a perder partes de un mundo maravilloso, así que hago terapia de choque y allá que vamos.
Otro de mis mieditos es al fracaso, y es que los "por si sale mal..." son muy poderosos: "gracias" a este me he perdido una cantidad de exámenes inmensa, pero sobre todo,  el miedito al fracaso más grande era al hacer pan.Hasta hace poco y después de muchos intentos frustrados,  hacer pan era como buscar el eslabón perdido. Pero sólo hasta hace poco. En mi afán de superación me he comprado un montón de libros, he visto cientos de vídeos y nada, no había forma de conseguir un resultado decente. Normalmente no salía ni con un aspecto apetecible, ni con una consistencia adecuada, de hecho podía haber  usado ese pan como arma arrojadiza, de lo duro que salía.
Mi mundo ha cambiado, soy una persona nueva, y todo por el simple hecho de haber encontrado "la receta" para hacer pan de una forma sencilla y con unos resultados que no imaginaba.
Tipos de pan hay muchos, al igual que recetas. Trabajar una masa de pan no es fácil, y  pretendía hacerlo perfecto a la primera de cambio, sin tener ni idea. La verdad es que la juventud es osada, y no me daba miedo experimentar una y mil veces, pero con los años, además de ganar en paciencia, he ganado en prudencia y hasta no estar medianamente segura del posible resultado, no he querido volver a intentarlo.

Ahora es muy fácil porque te venden pan hasta en una gasolinera, aunque de dudosa calidad, pero  hasta hace unos años, y no me voy muy atrás en el tiempo, el pan se hacía en casa.  Recuerdo a mi abuela relatar cómo hacían el pan y luego lo ponían todo en una tabla y lo llevaban hasta el horno del pueblo para que allí lo cocieran. En esos tiempos daba igual si no les salía bien, no desistían hasta que lo conseguían porque si no,  no comían. No como yo que he estado muchos años evitando el temible resultado catastrófico. A mí realmente me daba igual porque sólo tenía que cruzar la calle para adquirir una barra de pan, pero antes lo tenían que hacer sí o sí.
Después de tantos años en barbecho,  ya era por amor propio, y después de enfrentarme a las masas fermentadas como las de los rollos de canela o el panettone, pensé que el siguiente paso era el pan. Mi temida asignatura pendiente.
La verdad es que fue por casualidad. Buscando una receta, que haré más adelante, me encontré con un vídeo de Xavier Barriga, un conocido y reputado panadero, que además ha publicado varios libros (tengo dos de ellos), y alma máter de Turris. Pues bien, vi un vídeo sobre cómo hacer pan, de forma más o menos sencilla y de este pasé a otro vídeo, de otro gurú panarra, Iban Yarza, y ahí fue donde se me cayeron los palos del sombrajo.  Por fin encontré LA RECETA que, a priori, me serviría de redención para conmigo.
Dicho y hecho, tenía en casa los ingredientes y el tiempo de cara. Lo hice, conteniendo el aliento en todo momento, con el alma en vilo, mientras se producía la "temida" fermentación y el "angustioso" horneado.  Y una vez tuve en mis manos el deseado resultado, en mi cabeza hice el triple salto mortal, con doble tirabuzón.
¿Cómo puede algo tan insignificante, en cuanto a valor económico se trata, dar tanta satisfacción a nivel personal?
Pues así es, esto para mí era y es, hacer pan.
Habré hecho cientos de tartas, bizcochos, pasteles, pero nada tan satisfactorio  y gratificante para mi alma como el pan.
Esta receta que os propongo es  de mi nuevo Maestro Jedi panarra, Iban Yarza.

PAN fácil, para perder el miedo

Ingredientes:
- 1/2 kg de harina de trigo
- 325 gr de agua
- 6 gr de levadura fresca o 2 gr de levadura seca
- 10 gr de sal
- semillas

Elaboración:

Ponemos todos los ingredientes en un bol



Y sin miedo, comenzamos con el "fresado" o mezcla de los ingredientes


Es importante que se integren bien todos los ingredientes. El resultado será una masa un tanto pegajosa, pero es así. Si fuera seca y no se nos pegara, el resultado sería un mazacote.
Una vez lista, debemos hacer unos pliegues: esto es coger una parte de la masa por el extremo y plegar hacia el centro. Así cinco veces.


Cubrimos el bol y lo dejamos reposar 15 minutos. Durante este corto espacio de tiempo la masa se relajará y cambiará de aspecto y textura.


Es impresionante, pero deja de tener esa textura tan pegajosa. Volvemos a hacer cinco pliegues, como antes y volvemos a cubrir y dejar reposar otros 15 minutos.


Pasados estos últimos quince minutos, nuestra masa ha cambiado de aspecto por completo. No se adhiere, casi a nuestras manos.
Podemos hacer esto alguna vez más.

Con esas series de cinco pliegues y reposos de quince minutos se consigue una masa suave y elástica.



Volvemos a hacer esos cinco pliegues y cubrimos con un film y lo dejamos reposar en la nevera 24 horas.



Tras 24 h en la nevera nuestra masa habrá crecido y adquirido cuerpo.
Es el momento de precalentar nuestro horno a 250°C. Además debemos hacerlo con una bandeja puesta en el centro y una fuente metálica en el fondo del mismo.


Enharinamos la mesa y con mucho cariño depositamos ahí la masa. La estiramos con delicadeza.


Con una espátula o cuchillo de sierra dividimos la masa en dos



Para adherir las semillas es necesario humedecer un paño, limpio, de cocina y colocamos una de las piezas sobre él.


Ponemos las semillas sobre un papel de cocina o fuente alargada


Y colocamos encima una de las piezas


Pasamos la masa con las semillas a un papel de hornear.
Para darle un "toque", podemos girar los extremos. Yo lo he hecho con una de las piezas.



Es el momento de introducirlo en el horno. Depositamos las masas sobre la bandeja que estaba en el horno y vertemos un vaso de agua sobre la fuente o bandeja que teníamos en el fondo.
Esto creará un vapor que hará que nuestro pan tenga una rica y crujiente corteza.
En este momento, paramos el horno y 10 minutos más tarde, lo volvemos a encender a 200°C y horneamos unos 25 minutos. Transcurrido ese tiempo ya estará cocido, pero si queremos que se dore, debemos dejarlo otros 15 o 20 minutos más. Pasado este tiempo  podemos apagar el horno y dejar el pan unos minutos más o bien sacarlo y depositarlo sobre una rejilla para que se enfríe.



El peor momento es tener esta maravilla y no poder hincarle el diente.




Al abrirlo se aprecian esos agujeros o "alveolos", fruto de la fermentación.


Cuando abrí el pan y lo probé, casi se me saltaron las lágrimas de la mayor de las felicidades.
Tanto tiempo rehuyendo por miedo, y resulta que sólo me faltaba encontrar a la persona adecuada, que tuviera la RECETA adecuada, pero sobre todo, tan bien explicada. Aquí os dejo el enlace del vídeo donde lo vi. Es de Las recetas de MJ.


Después del éxito del pan de semillas fui disparada a experimentar así que en la siguiente sustituí 150 gr de harina normal por  integal, de la receta original, y me vine arriba.... En lugar de dos panes, hice una hogaza.  El resultado aquí abajo.



En esta ocasión, después de "bolear" la masa, la dejé fermentar una hora y le hice unos cortes... Me la jugué del todo.




Este pan resulta un poco más denso debido a la harina integral, pero el sabor es muy bueno. Incluso mejor que en muchas panaderías...




Y con un poco de AOVE, está impresionante.


Yo sigo experimentando y me he comprado un banetón. Es una especie de molde de mimbre o ratán que se usa para que leve la masa, ya formada, antes de hornear. Ya  se lo que estáis pensando, que me he vuelto loca o he sido poseída por el espíritu de Lionel Poilâne, pero realmente me da tanto placer hacer esto que estoy deseando acabar la jornada laboral, para meterme entre harinas y experimentar, y sobre todo, perder ese miedo a hacerlo mal.
Esto no es una ciencia exacta, sino que las masas varían según las harinas, las temperaturas, las caprichosas levaduras, por tanto  cada masa es diferente y hay que llegar a "entenderla" y eso se consigue sólo con práctica y tenacidad, y en ello estoy.


Este es el banetón. Se enharina y se pone la masa a fermentar.






La puse sobre la mesa e hice unos cortes


La trasferí a un molde de pizza



Y este fue el resultado. Impresionante, ¿Verdad?


Llevo dos semanas sin comprar pan. Ahora lo hago en casa


Y no puedo ser más feliz.



Estoy deseando que llegue mi comida preferida del día: el desayuno, para tomar unas tostadas estupendas, con un pan de verdad, hecho por mí.


Si ya habéis hecho pan y os sale bien, me entenderéis; si nunca habéis hecho y lo queréis hacer, ved ese vídeo. Os enganchará, os hará perder el miedo. Vedlo varias veces si lo creéis necesario, tomad cuantas notas necesitéis, pero hacedlo, por favor. Aunque sea solo una vez. Sentir el poder de la harina, el agua y la levadura y la magia del tiempo.

Desde mi inmensa felicidad por haber conseguido hacer pan y por tachar ese miedo de mi lista de "por si sale mal",  me despido hasta la siguiente receta...

¡¡¡Bon profit!!!